Por Kim Kil
Hay una hermana que, si bien ahora tiene un empleo relativamente bueno, durante un tiempo trabajó en una tienda de ropa donde se había ganado el aprecio de la dueña por ser honesta y simpática. No obstante, al año, cuando la propietaria quedo embarazada, le pidió que estuviera a cargo del negocio temporalmente.
La dueña le propuso que, de las ganancias, mil quinientos dólares serían destinados para la renta del local y el resto de las utilidades mensuales se las podía quedar ella. Pero, por más que se esforzara, las ventas apenas superaban los mil seiscientos dólares al mes.
Preocupada, anduvo averiguando y supo que el alquiler costaba solamente quinientos dólares. Al saber esto se sintió traicionada por la dueña y decidió renunciar sin decir nada. Cuando la hermana me contó lo que sucedió, oré por ella. La alenté a no perder la fe en medio de la aflicción y le sugerí que esperara a que Dios solucionara todo.
Tras esa experiencia, consiguió el empleo que tanto deseaba y había pedido en oración; y pudo mudarse a un departamento financiado por el gobierno. Cuando atravesamos injusticias no vemos la voluntad de Dios. Sin embargo, debemos recordar que no importa lo que ocurra, jamás debemos alejarnos de Él.
¿Quién puede sacarnos de la tribulación sino es Dios?. Recordemos que el poder y la ayuda están solo en Él. Siempre y cuando permanezcamos aferrados a Dios, contaremos con Su gracias y protección.