"A los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados".
Romanos
8:28
Para el cristiano todas las
circunstancias de la vida, pequeñas o grandes, deberían ser la ocasión de
sentir la mano sabia y llena de amor de su Padre celestial. Que me suceda una
cosa feliz o triste, Dios quiere que la considere como un mensaje de su parte.
Antes de abrir mi correo,
puedo preguntarme: ¿Qué quiere Dios enseñarme?. Me anuncian una visita: ¿Qué
voy a recibir, o a dar, de parte de Dios?. Y si se trata de un acontecimiento
importante, con mayor razón trataré de vivirlo con Dios. Debo someterme a una
operación: él quiere enseñarme a confiar más en él. Si Dios me da un hijo:
¿estoy presto a criarlo para él? Un ser querido se va: Dios quiere compartir mi
pena y hacerme experimentar la realidad de sus consolaciones.
En el fondo, todo lo que
sucede en la tierra (cambios políticos, conmociones económicas, catástrofes
naturales) está bajo su control; nada debe dejarme indiferente. Satanás intenta
privar al creyente de tal convicción, persuadirlo de que las circunstancias de
la vida son debidas a la fatalidad; pero nada me sucede sin la voluntad
soberana de mi Dios.
Comencemos cada uno de
nuestros días con este pensamiento grabado en nuestro espíritu: Dios está
presente en todo lo que me va a suceder. Pidamos al Señor: “Hazme oír por la
mañana tu misericordia”. Luego, a lo largo del día: “Hazme saber el camino por
donde ande” (Salmo 143:8).
“¿Quién será aquel que diga
que sucedió algo que el Señor no mandó?” (Lamentaciones 3:37).
Lectura: Ezequiel 26 -
Gálatas 3 - Salmo 38:9-14 - Proverbios 12:23-24